Ando agonizando sin saber moverme a izquierda o a derecha.
El mismo aire que debo respirar me resulta demasiado pesado y los segundos pasan como si fueran horas, tan lentos, tan absurdos.
Miro al rededor y noto al hacerlo que me arden los ojos, no he dormido.
La espalda me duele y siento que casi no puedo sostenerme a mí misma.
Las preguntas flotan en el aire y mi mente aparenta andar en blanco.
Mis manos, cuarteadas, temen dar algún movimiento en falso que provoque daño alguno. Y tú, sigues redundando en el mismo tema, mencionando las mismas palabras junto a los mismos gestos. Me amas, pero te he hecho mucho daño; soy la promotora de tu peor pesadilla, la razón de tus desvelos, la alfarera de tu impotencia, y la creadora de tus lágrimas. Soy lo que nunca esperaste que fuera: lo peor.
Sigues mirándome, esperando que mueva los labios y preparando tus oídos para mi voz pero, no digo nada, solo hago un gesto que, parece, interpretas como un 'no preguntes más', sin embargo, aquí, sobre esta silla, grito que dejes tus insensatas palabras y te vuelvas a abrazarme.
Mato por sentir tu barba sobre mi mejilla.