martes, 16 de marzo de 2010

II

Tenía las manos abrigadas y el cuerpo descubierto. El peso de la lluvia rompía uno a uno mis huesos; el ardor en los ojos congelaba mi memoria.

Vi la oscuridad.
Me ha traicionado.

Puse el cinto al rededor de mi cabeza y me limpié el negro en los ojos.
Observé mi ridícula figura y sentí el presente.

La melodía está desafinada.
Sigue lloviendo.
Sigue siendo presente.
Sigue lloviendo.

Y, en ese momento, como un animal sin razón, como una bestia: quise romper mis lienzos, envenenar mis flores y verlas lentamente morir. Quise gritar al cielo y admirar con odio por última vez al viento y a su libertad, la misma que consiguió encarcelarme en la más congelada de todas las celdas. Quise usar mis alas pero, están muertas, no reaccionan.

Y vi otra vez la oscuridad.
Sentí su traición.
Sentí la lluvia.
Sentí el frío de mi celda.
Te sentí, con odio y con amor.

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